Argentino de
nacimiento y latinoamericano por convicción. Sociólogo y analista
político. Obtuvo su Licenciatura en Sociología y posteriormente, su
Magister en Ciencia Política. Tiene un Ph. D. en Ciencia Política en la
Universidad de Harvard.
Barack Obama, una figura decorativa en la Casa Blanca que
no pudo impedir que un energúmeno como Benjamin Netanyhau se dirigiera a
ambas cámaras del Congreso para sabotear las conversaciones con Irán en
relación al programa nuclear de este país, ha recibido una orden
terminante del complejo “militar-industrial- financiero”: debe crear las
condiciones que justifiquen una agresión militar a la República
Bolivariana de Venezuela.
La orden presidencial emitida hace pocas horas y difundida
por la oficina de prensa de la Casa Blanca establece que el país de
Bolívar y Chávez “constituye una infrecuente y extraordinaria amenaza a
la seguridad nacional y la política exterior de Estados Unidos”, razón
por la cual “declaro la emergencia nacional para tratar con esa
amenaza”.
Este tipo de declaraciones suelen preceder agresiones
militares, sea por mano propia, como la cruenta invasión a Panamá para
derrocar a Manuel Noriega, en 1989, o la emitida en relación al Sudeste
Asiático y que culminó con la Guerra en Indochina, especialmente en
Vietnam, a partir de 1964. Pero puede también ser el prólogo a
operaciones militares de otro tipo, en donde Estados Unidos actúa de
consumo con sus lacayos europeos, nucleados en la OTAN, y las teocracias
petroleras de la región. Ejemplos: la Primera Guerra del Golfo, en
1991; o la Guerra de Irak, 2003-2011, con la entusiasta colaboración de
la Gran Bretaña de Tony Blair y la España del impresentable José María
Aznar; o el caso de Libia, en 2011, montado sobre la farsa escenificada
en Benghazi donde supuestos “combatientes de la libertad” – que luego se
probó eran mercenarios reclutados por Washington, Londres y París-
fueron contratados para derrocar a Gadaffi y transferir el control de
las riquezas petroleras de ese país a sus amos.
Casos más recientes son los de Siria y, sobre todo
Ucrania, donde el ansiado “cambio de régimen” (eufemismo para evitar
hablar de “golpe de estado”) que Washington persigue sin pausa para
rediseñar el mundo -y sobre todo América Latina y el Caribe- a su imagen
y semejanza se logró gracias a la invalorable cooperación de la Unión
Europea y la OTAN, y cuyo resultado ha sido el baño de sangre que
continúa en Ucrania hasta el día de hoy. La señora Victoria Nuland,
Secretaria de Estado Adjunta para Asuntos Euroasiáticos, fue enviada por
el insólito Premio Nobel de la Paz de 2009 a la Plaza Maidan de Kiev
para expresar su solidaridad con los manifestantes, incluidos las bandas
de neonazis que luego tomarían el poder por asalto a sangre y fuego, y a
los cuales la bondadosa funcionaria le entregaba panecillos y
botellitas de agua para apagar su sed para demostrar, con ese gesto tan
cariñoso, que Washington estaba, como siempre, del lado de la libertad,
los derechos humanos y la democracia.
Cuando un “estado canalla” como Estados Unidos, que lo
es por su sistemática violación de la legalidad internacional, profiere
una amenaza como la que estamos comentando hay que tomarla muy en
serio. Especialmente si se recuerda la vigencia de una vieja tradición
política norteamericana consistente en realizar autoatentados que sirvan
de pretexto para justificar su inmediata respuesta bélica. Lo hizo en
1898, cuando en la Bahía de La Habana hizo estallar el crucero
estadounidense Maine, enviando a la tumba a las dos terceras partes de
su tripulación y provocando la indignación de la opinión pública
norteamericana que impulsó a Washington a declararle la guerra a España.
Lo volvió a hacer en Pearl Harbor, en Diciembre de 1941, sacrificando
en esa infame maniobra 2,403 marineros norteamericanos e hiriendo a
otros 1,178. Reincidió cuando urdió el incidente del Golfo de Tonkin
para “vender” su guerra en Indonesia: la supuesta agresión de Vietnam
del Norte a dos cruceros norteamericanos –luego desenmascarada como una
operación de la CIA- hizo que el presidente Lyndon B. Johnson declarara
la emergencia nacional y poco después, la Guerra a Vietnam del Norte.
Maurice Bishop, en la pequeña isla de Granada, fue considerado también
él como una amenaza a la seguridad nacional norteamericana en 1983, y
derrocado y liquidado por una invasión de Marines. ¿Y el sospechoso
atentado del 11-S para lanzar la “guerra contra el terrorismo”? La
historia podría extenderse indefinidamente.
Conclusión: nadie podría sorprenderse si en las
próximas horas o días Obama autoriza una operación secreta de la CIA o
de algunos de los servicios de inteligencia o las propias fuerzas
armadas en contra de algún objetivo sensible de Estados Unidos en
Venezuela. Por ejemplo, la embajada en Caracas. O alguna otra operación
truculenta contra civiles inocentes y desconocidos en Venezuela tal como
lo hicieran en el caso de los “atentados terroristas” que sacudieron a
Italia –el asesinato de Aldo Moro en 1978 o la bomba detonada en la
estación de trenes de Bologna en 1980- para crear el pánico y justificar
la respuesta del imperio llamada a “restaurar” la vigencia de los
derechos humanos, la democracia y las libertades públicas. Años más
tarde se descubrió estos crímenes fueron cometidos por la CIA. Recordar
que Washington prohijó el golpe de estado del 2002 en Venezuela, tal vez
porque quería asegurarse el suministro de petróleo antes de atacar a
Irak. Ahora está lanzando una guerra en dos frentes: Siria/Estado
Islámico y Rusia, y también quiere tener una retaguardia energética
segura. Grave, muy grave. Se impone la solidaridad activa e inmediata de
los gobiernos sudamericanos, en forma individual y a través de la
UNASUR y la CELAC, y de las organizaciones populares y las fuerzas
políticas de Nuestra América para denunciar y detener esta maniobra.
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