Por H.I.J.O.S. Guatemala
La
historia de Guatemala se nos presenta como una suma de
acontecimientos rígidos, donde el protagonista y vencedor de tristes
batallas es un hombre blanco, de buena familia y costumbres, que dice
hacer patria y desarrollo sobre la espalda de la gran mayoría de la
población. Desde esa historia a fuego y sangre, los usurpadores de
la vida sembraron símbolos que intentaron germinar en la
construcción de una “guatemalidad” disfrazada de civilización,
pero no es más que la latente dinámica de despojo y sometimiento,
que se traduce en la explotación del pueblo y el territorio para la
acumulación de unos pocos y la miseria de los muchos.
Primero
fue la cruz y la espada, con la encomienda y Pueblos de Indios. Con
la Reforma Liberal el café alimentó al creciente capital, con un
modelo agroexportador sustentado en mozos y esclavos. Así surge el
ejército de Guatemala, para la gloria y consolidación del poder
oligárquico, convirtiendo en una gran plantación, lo que decían
era su nación. No surge para la defensa de la soberanía, surge para
asegurar que el pueblo produzca, sin revelarse, la riqueza de los
criollos del país y alimentar los capitales transnacionales.
El
militarismo fue desde siempre el instrumento. El control y el terror
la herramienta clave para desarticular los movimientos e instalar el
miedo y el silencio como ideología entre los pueblos sometidos.
Naturalmente
los pueblos de Guatemala no han permanecido impávidos ante el
despojo, la dominación y el silencio. Con una forma de vida
ancestral opuesta al dominante, resistimos a cada agresión, es
entonces cuando el poder económico y militar busca su consolidación
mermando las resistencias que atenten contra su proyecto, utilizando
los mecanismos de aniquilación más atroces como el genocidio, la
desaparición forzada, la usurpación de territorios y el
desplazamiento forzoso de sus comunidades.
Con
la negociación de los acuerdos de paz, se quiso imponer un discurso
en el que la democracia y la justicia pondrían énfasis en erradicar
la impunidad estructural. Sin embargo, poco a poco se evidencia que
el sistema judicial es utilizado como uno más de los mecanismos de
justificación ideológica para la persecución, criminalización y
sometimiento de la población a los dictámenes del poder hegemónico.
Ejemplos
concretos de esta realidad son las condenas a líderes campesinos
como Ramiro Choc y los compañeros de San Juan Sacatepequez; los
desalojos violentos ocurridos en el área del Polochic, más
recientemente el estado de sitio impuesto a Santa Cruz Barillas, el
injusto encarcelamiento de sus líderes comunitarios; y la impunidad
en la que se mantienen los responsables, como los terratenientes del
ingenio Chabil Utz'aj, la empresa Cementos Progreso, así como las
transnacionales Goldcorp, Unión Fenosa y la Hidro Santa Cruz por
mencionar algunos.
Por
otro lado, las conquistas dentro del sistema judicial, como la
apertura y sentencia de casos sobre desaparición forzada y el inicio
del proceso de genocidio, nos demuestran que es posible el juicio y
castigo a los responsables, gracias a la valentía y trabajo
sostenido por más de dos décadas de los sobrevivientes. Del mismo
modo vemos como los pueblos siguen manteniendo su capacidad de
autonomía, autogobierno y su impresionante capacidad de
articulación y rearticulación en sus procesos organizativos, un
ejemplo son las consultas comunitarias, que han trascendido del
hecho formal de consulta, hacia un ejercicio de poder desde los de
abajo, que en gran medida han puesto a temblar en su gran marcha, a
los de arriba.
Sin
embargo, el que los militares retornen al poder no solo ha
significado la búsqueda de la consolidación del proyecto económico
neoliberal a través de la fuerza, con la idealización del progreso,
a partir de la sobre explotación de nuestros bienes naturales, si no
también busca revertir los procesos y conquistas de memoria, verdad
y justicia, por medio de discursos que niegan las causas históricas
del conflicto político, social y económico que incluso en algún
momento llegó al alzamiento armado y que se sostienen hasta el día
de hoy.
El
proyecto de dominación se intenta legitimar en una nueva ofensiva
ideológica, sustentada en la construcción de una historia oficial
que niega la memoria de resistencia y militancia revolucionaria de
los pueblos, colocándolos en una posición pasiva durante la guerra,
cuando en realidad estos han sido los invisibilizados protagonistas
históricos que han luchado por la emancipación política y
económica.
Esta
nueva ofensiva ideológica del poder hegemónico, parte del análisis
simplificado de la realidad que promueve la neutralidad, el racismo,
el militarismo y la idea de la historia lineal que valida e
institucionaliza la indiferencia que se manifiesta a través de las
acciones y actitudes de los que se creen ajenos a la necesidad de
transformar la realidad, hacia la postura del poder opresor.
Así
vemos como desde lo político, lo económico y lo social el poder
intenta prolongar e instaurar una historia oficial que legitima el
poder hegemónico, justifica el despojo, el control social, la
impunidad, fragmenta la sociedad y a las personas, manteniendo el
orden social establecido que protege y justifica al capitalismo.
Para
nosotros la memoria nace desde las resistencias, y ésta no es un
puro recuerdo estático. Nuestra memoria no obedece a intereses de
élites. Nuestra memoria está viva, es la que viene de la mujer que
resistió a la espada y la cruz, del abuelo que se reveló contra el
patrón en la finca de café alemana, la del estudiante que ante la
miseria y dolor de su pueblo dejo el lápiz por el fusil. Nuestra
memoria es la de la poeta y el intelectual comprometido que desde sus
trincheras denunciaron la injusticia y se comprometieron con un
proyecto de transformación.
La
memoria entonces no es la repetición constante de sufrimientos
pasados, es semilla de rebeldía, es la voz, la palabra, la acción,
la idea que se revela ante tanta opresión. Porque la rebeldía ha
sido esa canción que germina en la memoria de los viejos, de los
abuelos, las tías, las amigas y las hermanas que nos faltan, que nos
duelen, pero que nos compromete a la construcción de un proyecto
político donde la justicia sea mucho más que la legalidad, una
legitimación de las luchas de los pueblos: el bien común, las
transformaciones justas y necesarias.
Si
el poder hegemónico pretende instaurar una historia oficial desde el
olvido y el silencio que legalice condiciones de opresión económica,
política y social, hoy nosotros proponemos una batalla que promulgue
una memoria de resistencia desde la legitimación de nuestras luchas
históricas, estudiantiles, artísticas, laborales, de lucha contra
la impunidad y la defensa de nuestros pueblos y territorios.
Proponemos crear un espacio asambleario que permita la construcción
de conocimientos y estrategias colectivas y de acción política,
para develar las intenciones de la nueva ofensiva ideológica y sus
formas de propagación.
Guatemala
2 de Junio 2012
H.I.J.O.S.
Guatemala
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