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Con pintura de Manolo Gallardo. |
[Diario
de Centroamérica, 15 de marzo de 1951, Pagina 1]
(Subtitular:
Arévalo acuña en oro la página más brillante de nuestra historia
política [Página 3]).
Discurso del Presidente Jacobo
Árbenz Guzmán
Excelentísimo señor ex-Presidente de la
República;
Honorable Congreso de La Nación;
Honorables
Magistrados Judiciales y funcionarios públicos.
Señores Jefes y
Oficiales del Ejército Nacional de la Revolución;
Excelentísimos
Representantes de los Gobiernos amigos;
Pueblo de Guatemala:
Me
cabe el altísimo honor de recibir del Pueblo y de los legítimos
representantes de la Nación, el cargo de Presidente de la República
para el que fui electo por la gran mayoría popular en noviembre de
1950.
La fecha de hoy, que marca el fin de una gran etapa
histórica y política en nuestro país, inicia a la vez otra época
que podrá caracterizarse por el impulso a la economía nacional, el
mantenimiento y ampliación de la democracia, el trabajo pacífico y
la defensa de nuestra Soberanía Nacional, todo lo cual es
necesariamente la continuación revolucionaria lógica y consecuente
del régimen que inauguró el Doctor Juan José Arévalo, Presidente
ejemplar de Guatemala y gran símbolo democrático para todo el
Continente Americano.
El acto al que estamos asistiendo me
produce una doble y elevada emoción. La emoción primaria que siento
al ser investido con la más alta magistratura de la Nación, y la
admiración que, mezclada con legítimo orgullo ciudadano, tengo
hacia el Pueblo de mi patria que ve culminar hoy una jornada
grandiosa de su larga e infatigable lucha contra sus opresores, la
cual supo conducir durante los últimos seis años con acierto y mano
segura mi ilustre antecesor, el Doctor Juan José Arévalo, que una
vez más, ha puesto de manifiesto en sus recientes palabras, su alta
calidad de pensador, de patriota y de ciudadano incorruptible.
Y
es este sentimiento de admiración el que me lleva a referirme
primero a la «época de Arévalo», la era más democrática de
nuestro país y el comienzo de la época del respeto a nuestra patria
como Nación. Cuando me dirigí al Pueblo en Puerto Barrios durante
la campaña electoral, refiriéndome a los ataques y coacciones que
ha soportado el primer gobierno representativo de la Revolución de
Octubre y de la dignidad nacional de Guatemala, dije que «jamás en
la historia de América un país tan pequeño a sido sometido a una
presión tan grande». Hoy puedo agregar que nunca con tanto éxito
ha triunfado la razón de un pequeño Pueblo sobre la sinrazón de
los grandes intereses fincados en nuestro país. Y precisamente por
eso jamás un Presidente y un régimen habían sido tan injustamente
vilipendiados y calumniados aquí adentro y en el exterior.
Mentiras
de toda laya, amenazas y chantajes y hasta la expresión soez y
mentecata, se vertieron sobre nuestro país y su gobierno, haciendo
blanco especial de aquel ataque ininterrumpido y cobarde sobre la
personalidad descollante del Doctor Arévalo. Al mismo tiempo se
trató de corromper la conciencia de muchos guatemaltecos, civiles o
militares, para que se sumaran a la conspiración antidemocrática
que se tejió para derrumbar a un gobierno, cuyo único delito
consistía en propiciar una política que les diera pan y libertad a
las grandes masas y protegiera los interés nacionales contra los
voraces financieros del exterior y los que reciben las migajas de
esas riquezas en el interior. Pero la acción y la opinión popular
no se equivocaron.
No se equivocaron ni se corrompieron tampoco los
miembros democráticos y revolucionarios del Ejército. El binomio
Pueblo y Ejército fue el principal factor que impidió que la acción
derivada de la propaganda antidemocrática se consumara a través de
los innumerables complots de aquella conspiración tendiente a
instaurar otra vez en nuestro país un régimen de opresión e
incondicionalmente servil a los intereses extraños a nuestra
nacionalidad.
A pesar de la calumnia, el insulto y la
falsedad, el Pueblo supo ver en el ciudadano Juan José Arévalo al
mejor defensor de su lucha y sus aspiraciones. A cada momento
contesto a los enemigos de adentro y de afuera, con un apoyo más
firme hacia el gobierno y con mayor cariño a su Presidente. El
pueblo se agrupó alrededor de Arévalo porque comprendía que en la
medida en que más recios y frecuentes eran los ataques y las
amenazas, en la medida en que mas vulgares eran las injurias, mas
duramente resistía su Presidente a las insinuaciones de los enemigos
del interior y las coacciones de afuera y mejor defendía los
intereses del Pueblo y de la Nación.
El Pueblo habría visto
con desconfianza que los enemigos de la Democracia y la Libertad
hubieran iniciado una campaña ditirámbica para el gobierno o para
el Presidente de la República porque eso habría significado que las
cosas andaban mal para la Libertad y la Democracia. Pero el Pueblo
puso fe y confianza en sus dirigentes y el resultado lo tenemos a la
vista. Por primera vez asiste en este siglo a una transmisión del
poder democrática, pacifica, popular, constitucional, que responde
plenamente a su voluntad, y en la cual sigue poniendo su esperanza de
mejorar sus condiciones de vida y caminar aún mas por la senda de
sus aspiraciones.
Ya he dicho que el Ejército nacional
revolucionario merece en alto grado nuestras expresiones de
admiración. El Ejército ha sido incorruptible y por ello ha
defendido con honor su calidad de garante de las instituciones
publicas y de la Soberanía Nacional, se ha granjeado el cariño
popular y representa en estos momentos en el continente americano la
expresión ejemplar de lo que debe ser la institución armada al
servicio de la Constitución, de la Democracia y del Pueblo.
Pero
no fue sólo la conjunción del Pueblo y el Ejército la que mantuvo
y mantiene la Democracia y la Dignidad Nacional a través de los seis
gloriosos años y en las horas mas duras de la prueba de fuego. En
grado sumo contribuyeron a ello el esfuerzo, la tenacidad y la
personalidad de gran valor humanístico del ciudadano Juan José
Arévalo. Es a él también a quien debemos rendir nuestra simpatía
y nuestro agradecimiento. Estoy seguro de interpretar los deseos
populares al manifestar que la Nación esta agradecida de la gestión
del funcionario publico, de la lucha del patriota, del valor moral
del ciudadano, del trabajo del maestro y de la dirección y buen
sentido del Presidente de la Republica que supo mantener la Dignidad
Nacional, e hizo de Guatemala un país democrático en lo interno y
una Nación Soberana, respetuosa y respetable ante la consciencia
internacional.
No hago ninguna ponderación exagerada si
expreso calidamente que la época del exPresidente Arévalo será
citada como punto de referencia de una era democrática en nuestro
país y en América, y que Juan José Arévalo será para Guatemala
lo que Juárez y Cárdenas son para México, lo que Abraham Lincoln
es para los Estados Unidos, lo que representa Sarmiento en la
Argentina y a la vez lo que fueron hombres de la talla de Montalvo o
de Eugenio Maria de Hostos para la joven América; un ilustre
americano más en la galería de próceres democrático del
continente.
Pero sólo esas características han reunido la
gestión política del Doctor Arévalo. Su administración también
se ha destacado por la política social que dio impulso a su régimen.
La edificación de escuelas, la construcción de hospitales o las
poblaciones, la ayuda monetaria y técnica a las municipalidades,
fueron no sólo una adecuada respuesta a una pequeña parte de las
innumerables necesidades que el clamor general y popular acalló
angustiosamente bajo el miedo y el látigo de la dictadura, sino el
cumplimiento de la promesa que aquel gobierno le hizo al Pueblo hace
precisamente seis años.
Y junto a esta obra meritísima, se
destaca con caracteres fuertes e indelebles la obra abnegada, pionera
y patriótica de la dignísima esposa del exPresidente de la
República doña Elisa Martínez de Arévalo, que supo ser la gran
compañera de un gran Presidente. La dedicación de la señora de
Arévalo será reconocida, valorada y agradecida por todo el Pueblo,
porque el Pueblo ha sentido entrañablemente el beneficio que le
trajo la señora de Arévalo a su niñez y a sus madres desvalidas.
Las guarderías, los comedores, los dispensarios infantiles y las
salas de maternidad serán el mejor testimonio de esta obra grandiosa
y el mejor ejemplo de lo que puede hacer una tenaz voluntad puesta al
servicio popular cuando verdaderamente se ama al Pueblo.
Tales
testimonios, morales, son los que no podrán destruir ni manchar las
calumnias y los insultos prodigados al gobierno y a su Presidente. La
agitación calumniosa e injuriosa con sus montañas de papel será
dispersada por los hechos imborrables y barrida por la mano del
viento, y sólo quedarán los monumentos, las edificaciones
ideológicas y materiales del primer régimen de la Revolución de
Octubre, desafiando cualquier juicio histórico y la rabia impotente
de los enemigos del Pueblo.
Y sobre lo mucho conquistado ya,
que representa poco en el camino de la felicidad de los
guatemaltecos, nos toca a nosotros en el futuro asentar las bases de
una economía nacional estable y próspera. Buscando afanosamente en
la entraña de los problemas, hemos llegado a la conclusión de que
es en la armazón económica de nuestro país donde reside la fuente
de nuestros males. Al estudiar durante laboriosos meses el estado de
la alimentación del pueblo, de su indumentaria, de sus casas de
habitación, de las medicinas que pueden mantener su salud, de su
grado de educación y de cultura, hemos podido sacar en claro que
sólo orientando nuestro esfuerzo hacia un cambio en la estructura
económica, modificando las características de nuestra economía,
aumentando y diversificando la producción en todas sus ramas es
posible conquistar mayores beneficios y bienestar para la
población.
Yo he manifestado repetidas veces que ofrecería
un programa de gobierno al Pueblo. Puedo asegurar hoy que hemos
avanzado bastante en ese sentido. Por lo menos en lo que a política
económica se refiere, ya tenemos una línea completamente clara de
lo que nos proponemos hacer, de acuerdo con lo que manifestamos
durante la campaña electoral. En la labor de planificación
continuaremos todavía durante algunos meses, a manera de que al
surtir sus efectos el próximo presupuesto fiscal de la Nación,
emprendemos inmediatamente algunas de las obras que hemos
planificado. Pero debo advertir, sin embargo, que nuestro programa de
gobierno requerirá de todo el esfuerzo popular conjunto para su
realización, y cuando digo esfuerzo popular me refiero a la
colaboración patriótica de los capitalistas nacionales, los
trabajadores de la ciudad y del campo, los técnicos y el Estado, a
quienes hago un llamamiento para que emprendamos con firmeza el
camino de nuestro crecimiento económico y del bienestar
popular.
Nuestro gobierno se propone iniciar el camino del
desarrollo económico de Guatemala, tendiendo hacia los tres
objetivos fundamentales siguientes: a convertir a nuestro país de
una Nación dependiente y de economía semicolonial en un país
económicamente independiente; a convertir a Guatemala de un país
atrasado y de economía predominantemente feudal en un país moderno
y capitalista, y a hacer porque esta transformación se lleve a cabo
en forma que traiga consigo la mayor elevación posible del nivel de
vida de las grandes masas del pueblo.
Para alcanzar
nuestros fines debemos entonces llegar a producir en la mayor
proporción posible los alimentos, la ropa, los materiales de
construcción, los artículos domésticos y los medicamentos que
consume la gran mayoría de la población. Pero no queremos quedarnos
ahí; ambicionamos patrióticamente llegar a producir la mayor
proporción posible de los artículos que actualmente importamos y a
sentar las bases de una producción futura de combustible, energía
eléctrica, productos metalúrgicos y herramientas. Esta política
económica, pues, se orientará como es fácilmente apreciable a
producir lo que consumimos, a exportar los excedentes y buscar nuevas
fuentes de divisas, a ampliar y diversificar la producción y a traer
a Guatemala la maquinaria, equipo y herramienta necesarios para
impulsar nuestro desarrollo en las mejores condiciones posibles a
efecto de que los ingresos de la gran mayoría del Pueblo no dependan
de las actividades relacionadas con nuestro comercio exterior, sino
de aquellas que tienen por objeto predominante satisfacer las
necesidades del consumo interno.
De aquí se desprende y es
absolutamente claro que nuestra política económica tendrá que
estar basada necesariamente en el impulso a la iniciativa privada, en
el desarrollo del capital guatemalteco, en cuyas manos deberían
encontrarse las actividades fundamentales de la economía nacional, y
en cuanto al capital extranjero debemos repetir que será bienvenido
siempre que se ajuste a las distintas condiciones que se vayan
creando en la medida que nos desarrollamos, que se subordine siempre
a las leyes guatemaltecas, coopere al desenvolvimiento económico del
país y se abstenga estrictamente de intervenir en la vida política
y social de la Nación.
El programa industrial y en general
todo el desarrollo económico de Guatemala no podrá ser jamás una
realidad mientras subsistan las actuales condiciones de servidumbre
en el campo y de producción artesanal en la ciudad. Por ello es que
en nuestro programa tiene capital importancia la reforma agraria que
para realizarse tendrá que liquidar los latifundios e introducir
cambio fundamentales en los métodos primitivos de trabajo, es decir,
hará una mejor distribución de la tierra no cultivada o de aquella
donde se mantienen las costumbres feudales e incorporará la ciencia
y la técnica agrícolas a nuestra actividad agraria en general.
La
segunda etapa de nuestro programa económico es la industrialización
del país, que se orientará no solo a modernizar nuestros equipos
fabriles y ampliar la producción, sino al establecimiento de nuevas
plantas industriales, protegiendo convenientemente a los productos
nacionales de la competencia extranjera ruinosa. Es por ello también
que dedicaremos especial atención a la inversión de capitales
nacionales, públicos y privados, en la explotación de yacimiento
metálico, en el establecimiento de refinerías de petróleo,
construcción de plantas eléctricas e instalación de las ramas
iniciales de la industria química y la fabricación
metalúrgica.
Nuestro programa de producción tiene que estar
íntimamente vinculado al problema de su distribución. De ahí que
nuestra política económica tenderá hacia la realización de un
plan de vías de comunicación que tenga como finalidad transportar
el menor tiempo y con el menor costo posible, los productos que
sobren en unos lugares a aquellos otros en que hacen falta, y a
promover la ampliación de las actuales vías de comunicación y la
fundación de todas aquellas que impidan el funcionamiento de
monopolios del transporte y faciliten el traslado de las mercancías
de los centros de producción a los centros de consumo.
Asimismo,
nos preocuparemos de orientar en mejor forma el crédito público y
privado para proporcionar los recursos que les hacen falta a los
propietarios, a los industriales actuales y futuros, para contribuir
a alcanzar los fines que nos hemos propuesto. Si esto lo estimamos
justo, justo es también que por parte del capital nacional y del
Pueblo en general se estime que el Estado debe obtener, mediante una
adecuada política financiera, el porcentaje de la renta nacional que
sea necesario para que pueda cumplir sus compromisos para con la
administración pública y hacer las inversiones que por su
naturaleza le corresponden o que por su magnitud no pueda realizar la
iniciativa privada.
Finalmente, nuestra política económica
impulsará el incremento en el ingreso de las grandes masas de la
población, no sólo aumentando la producción en todas sus ramas
para ofrecer los artículos a menor costo, sino propiciando una mejor
retribución para las grandes mayorías de salariados de la ciudad y
del campo. Para ello también será necesario incrementar los
créditos a los pequeños propietarios, la formación de cooperativas
y el control sobre la exportación, importación y distribución de
artículos escasos, con el objeto de impedir el acaparamiento, la
especulación y el alza de los precios, política dirigida a evitar
mayores elevaciones en el costo de la vida.
Tales son las
miras que tenemos puestas con esperanza en el futuro económico
nacional. Muchas son cosas incrédulas: se burlarán interiormente de
nosotros cuando nos oyen hablar de grandes plantas industriales de
electrificación y de mecanización del campo, y quienes sonrían
merecen una explicación. No pretendemos ser nosotros los que
concretamente construyan una Guatemala industrial en seis años. Lo
que pretendemos es abrir el camino, afirmar los cimientos de nuestro
futuro desarrollo económico, empujar al país por el camino del
capitalismo. A nosotros sólo nos tocará una parte de este esfuerzo,
dejando a posteriores gobiernos revolucionarios el trabajo de
llevarlo hasta el fin.
En cuanto a la orientación social que
le daremos a nuestro gobierno, estará calcada en la realidad
económica nacional. Las obras sociales que emprendamos tendrán como
fundamento y estarán en razón directa al desarrollo de nuestro
programa económico. En la medida en que aumente y se diversifique la
producción agrícola e industrial, crecerá la renta nacional y por
consiguiente la porción de ella que debe corresponder al Estado.
Y
ésta será en definitiva la indicadora de una regulada distribución
de las cantidades que deberán invertirse en actividades
reproductivas y en obras de carácter social. Debemos entender con
claridad que nuestro principal esfuerzo debe dedicarse al desarrollo
económico del país, pues de esto depende en definitiva el obtener
la mayor cantidad posible de fondos sobre la base de una equitativa y
proporcional imposición fiscal, que puedan ser destinados al
mejoramiento de la educación, la salud pública, la asistencia
social y la cultura.
Y cuando hablamos de nuestros problemas
sociales no debemos apartar la mirada de los grupos indígenas de
Guatemala ni de las necesidades propias de la juventud y de la mujer.
Dentro de la consideración que nos merece elevar el estándar de
vida del Pueblo en general, debemos considerar con cuidados
especiales a nuestras mejores reservas, a la gran población
indígena, y a los jóvenes y a las mujeres en general, como los
tesoros más preciados de nuestra riqueza humana. Todo lo que hagamos
por la niñez y la juventud y el cuidado de la mujer guatemalteca,
así como en la raíz del problema de los grupos étnicos atrasados,
será bien poco si contemplamos el largo camino que nos queda por
recorrer para hacer de las grandes masas nacionales, conglomerados de
hombres y mujeres bien alimentados, sanos, cultos y más felices.
El
programa que anuncio a nuestro Pueblo para ser cumplido requiere, sin
embargo, algunas condiciones. Por ejemplo, es indispensable mantener
en el país las libertades esenciales y la Democracia. Con la misma
seguridad y firmeza con que me dirigí al Pueblo durante la campaña
electoral, insisto acerca de la decisión de las fuerzas populares
guatemaltecas de conservar a toda costa el régimen democrático,
donde los ciudadanos mantengan su derecho a pensar y creer como
quieran, a organizarse y a dedicarse a las actividades lícitas que
elijan. Creemos que la firmeza de la Democracia no radica en la mayor
o menor dureza que se emplee para mantener el orden, sino en la mayor
educación posible de la conciencia en el espíritu democrático.
La
Democracia será mas fuerte en nuestro país en la medida en que se
eleve la conciencia ciudadana, que permita el libre juego de las
opiniones y de las acciones políticas, manteniendo a toda costa la
Libertad de Expresión del Pensamiento, dentro —naturalmente— de
la Constitución, la Ley y la moral pública. La Libertad, sin
embargo, tan preciada para nosotros, no podemos exponerla al peligro
que se ha vuelto tradicional en nuestro país. La Libertad no deberá
entenderse como la Libertad para conspirar y armar complots para
derrumbar al gobierno. En este sentido ratifico mis declaraciones
anteriores. La era de la Democracia y la Constitucionalidad, la época
institucional de Guatemala, serán mantenidas a todo trance, pero
precisamente por eso también estamos dispuestos a aplastar para
siempre la era de la conspiración y el complot.
En cuanto al
movimiento obrero y acerca de los conflictos económico-sociales de
patronos y trabajadores, nuestro gobierno seguirá la conducta del
gobierno anterior de guardar celosamente la independencia del
movimiento sindical de nuestro país, y cuidará de mantener la
posición más neutral en cuanto a los conflictos obrero-patronales,
a menos que las dos partes en litigio acudan al gobierno pidiendo
solución para sus diferencias o que la magnitud de tales conflictos
comprometa la Soberanía o la Dignidad de la Nación, o afecte
seriamente la economía nacional.
Como en los seis años
anteriores Guatemala seguirá siendo el refugio de los aislados y los
perseguidos políticos. Guatemala, que ha venido convirtiéndose en
América en campeona del derecho de asilo ante las graves horas que
confronta el mundo, no puede sino mantener incorruptible su posición
en cuanto a los emigrados de otros países que han encontrado en el
nuestro el pan de la amistad y de la confraternidad americana y
universal.
Pero también es condición indispensable para que
podamos realizar nuestros propósitos, que el mundo no confronte de
nuevo la amargura y el dolor de otra guerra, que indefectiblemente
englobaría a todos los Pueblos y a todos los países. La guerra
significaría para Guatemala la paralización de todos nuestros
esfuerzos por el bienestar popular y por el desarrollo económico
nacional. De ahí que nos sea absolutamente indispensable que se
mantenga la paz mundial. En este sentido, cualquier esfuerzo que se
haga por los dirigentes de las grandes potencias para mantener la
cordialidad internacional y la convivencia en un mundo pacifico será
aplaudida y apoyada por nosotros. Seguimos creyendo que es posible
arreglar las diferencias entre las Naciones por medios pacíficos y
que no habrá necesidad de recurrir de la lucha armada.
Consecuentes
con nuestra posición de respaldo al estatuto de las Naciones Unidas,
nosotros seguimos teniendo fe en esa organización y tenemos la
esperanza de que sabrá encontrar el camino más justo para evitar
que se produzca una nueva hecatombe mundial.
Firmes en este
espíritu pacifista, partidarios decididos de la confraternidad
americana, amigos de la no intervención en los asuntos internos de
los demás países, nuestra política internacional estará normada
por el respeto absoluto a los demás Pueblos, por la cordialidad
diplomática y comercial con todos los países, haciendo honor a los
compromisos contraídos y dispuestos a continuar la línea que se
trazó desde la Junta Revolucionaria de Gobierno y que prolongó
brillantemente la administración del Doctor Arévalo.
Por
último me permito exhortar de nuevo a los sectores populares, y a
los distintos grupos políticos que mantienen vivo el espíritu de la
Democracia y de la Revolución de Octubre, a que aúnen sus
esfuerzos, a que se conviertan en un haz apretado de voluntades
dispuestas a resistir los embates del porvenir, a sacrificar
posiciones personalistas para poder librar al régimen libre de
Guatemala de todas las acechanzas y para cumplir con éxito y con
honor el programa que nos ha encomendado el Pueblo
guatemalteco.
Tengo una profunda fe en el porvenir. Soy por
naturaleza optimista y estoy seguro de que con la ayuda del Pueblo,
la colaboración de todos los sectores que quieren el progreso
económico, social y político del país y con una firme voluntad de
mantener hacia delante la marcha revolucionaria, haremos de Guatemala
un país prospero, moderno, modelo democrático, y que conquistaremos
para sus habitantes mayor bienestar y prosperidad.
Nuestra
divisa será siempre:
HACIA DELANTE POR UNA GUATEMALA MEJOR.
Jacobo
Árbenz Guzmán